viernes, 7 de septiembre de 2007

Despidámonos con una Sonrisa

O mil, como las que he visto en Sonrisas de Bombay.

Pero es una historia larga y estoy a punto de coger el avión de vuelta a España. Así que la escribiré en otro momento.

niños en un slum de Bombay



martes, 4 de septiembre de 2007

Bombay, meca del cine y la prostitución

Me temo que lo primero me lo voy a perder, pero ayer me di un paseo de lo más repugnante por una humilde zona de prostitución de menores.

Perros, puestos de verdura y otros respetables comercios disputaban las calles a niñas, adolescentes y mujeres adultas, mientras un par de policías apostados al inicio de la zona conversaban amistosamente con unos hombres.

Kamathipura no tiene el “glamour” de otras famosas zonas de la ciudad, donde sólo puede verse a las mujeres a través de los barrotes de su prostíbulo/prisión, pero era lo máximo que la prudencia de mis acompañantes aconsejaba visitar.

Estos eran un investigador de Rescue Foundation, uno de sus informantes y un amigo de éste. Juntos consiguen rescatar a menores todos los meses, tras un proceso burocrático lento y costoso que comienza cuando detectan a una nueva menor.

Lo primero es recabar cuanta más información mejor sobre la víctima, entregarla al juez y esperar la autorización para ir a por ella. Si esto no supusiera de por sí suficiente traba, hay que lidiar con los continuos chivatazos filtrados por la policía antes de las redadas. Niñas rescatadas acompañan a las comitivas de rescate justamente para contrarrestar los chivatazos, ya que conocen todos los escondrijos de los burdeles.

El proceso lleva un mínimo de dos meses. Mientras tanto, la madame y sus secuaces no pierden el tiempo. Para empezar hay que destruir mentalmente a las niñas. Las someten a violaciones múltiples, continuadas, las privan de alimentos y luz, les queman con cigarrillos, les muelen a palos…hasta que les hacen perder la esperanza en el mundo exterior, pensar que son tan sucias que nadie va a compadecerse de su desgracia y mucho menos ayudarlas.
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Es un negocio ilegal, pero muy lucrativo. Los 400€ o menos que llegan a pagar por las niñas se multiplican en manos de las mafias, tapando la boca a policías, jueces y políticos, me comenta el informante. “Yo odio la prostitución y por eso no acepto los sobornos. Ya he rescatado a casi 200 niñas”, continúa. “Él”, refiriéndose al investigador de Rescue Foundation, sigue la vía jurídica, pero yo no creo en ella, soy un hombre de acción”. “¡Mira, fotografía a esa chica, quiero rescatarla pronto!”. Me apremia mientras baja el cristal ahumado del coche, a la vez que yo me desespero por la calidad de las fotos que estoy tomando. “¡Imposible, no hay luz!”, le digo. “Teníais que haber venido antes...”
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Pero dos horas antes estábamos de camino. Primero en autorickshaw, después en un tren claustrofóbico abarrotado de gente que entraba, y sobretodo, salía a empujones incluso antes de que parara, escapando de un calor que ni cien ventiladores taladrados al techo conseguían sofocar.


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Lo que más me repugna es la indiferencia con la que se trata esta miseria humana. Mucha gente ve en el sufrimiento actual de las niñas reflejos de pecados cometidos en vidas anteriores. “Si les pasa eso, es por algo”.

A esto se suma el hecho de que las víctimas suelen proceder de familias pobres, lo que es sinónimo de castas inferiores. Consideradas “bajas” o incluso “intocables”, paradójicamente no se libran de las violaciones de hasta los puros brahmanes.

Pero sería muy triste acabar así, sin mencionar a los que luchan o apoyan a los que están en el frente de guerra a la prostitución. Son cientos de miles de indios, en un país de cientos de millones. Todo un acto de amor y esperanza ante este increíble país.

sábado, 1 de septiembre de 2007

De Delhi al Rajastán, y bajando

No puedo decir que la India me recibiera con los brazos abiertos. Más bien con una pléyade de pillos intentando sacar partido. Pero solventando los contratiempos iniciales, propios de una megaciudad como Nueva Delhi, el viaje en bus “turístico” que me vendieron hasta Agra resultó de lo más interesante.

Cierto que habían turistas, todos indios menos un servidor, que en las casi 6 horas de trayecto – para cubrir 200km – reunieron el valor suficiente para pedirme una foto. ¡La primera vez que me ocurre en el subcontinente Indio! Cierto es que recuerdo a la niña nepalesa que me pidió si podía darle una foto mía, pues la pobre no tenia cámara. “¡Para que la quieres, si no soy guapo!” Le dije, y se rió.

Siento añoranza por la calidez de la gente nepalesa. Siempre con el namasté por aquí y por allá, sonriendo y uniendo las manos a la altura del pecho o frente cada vez. En Delhi me devolvían el saludo en ingles, cuando lo hacían. Pero conforme me muevo hacia el sur – ahora mismo en el Rajastán de los bravos maharajaes rajputas – voy encontrándome más a gusto, con gente mucho más amistosa.

Ayer un tren me trajo a Jaipur, esta noche otro me llevará a Udaipur – ciudad de cuento de hadas, a ver si encuentro alguna. En la estación de Agra pasaba lo típico, mucha gente intentando sacar partido. Cuando finalmente llegó el tren no entendía los códigos de los vagones y, preocupado de que partiera sin mi, salte a un vagón repleto de rostros que me miraban con los ojos bien abiertos. Decenas, cientos de ellos, acompañados de palabras indescifrables, llamadas, gritos y el ruido de múltiples ventiladores fijados en el techo…todo ello aderezado con un fuerte olor a comida y humanidad.
En un acto de lucidez, me recuperé y salté de nuevo al andén, para cabizbajo, avergonzado y tan rápido como podía, buscar mi confortable vagón con aire acondicionado.